Cristina Moya (España)

Al otro lado del muro

Parece que fue ayer cuando llegué, con mis maletas cargadas de “por si acaso” y un montón de emociones dentro de la tripa. Pero es que volvía. Y estaba más nerviosa aún que la primera vez.

Hace ya más de año y medio desde que empecé mi vida en Lima y pocas cosas han cambiado desde entonces. Lima sigue sorprendiéndome a diario, y su gente y su tráfico… Pero es que Lima es caos. Y esa será siempre la respuesta cuando alguien te pregunte qué tal.

Lima es una ciudad de contrastes, no solo por la mezcla de gentes que enriquecen la cultura de la ciudad, sino por la imagen que proyecta. De una cuadra a otra, tu vida puede cambiar.Y así ha sido, mi vida ha cambiado de nuevo.

Hace tres meses que comencé a colaborar con APRODEH dentro del Programa EUAV, después de haber colaborado con otras entidades en el año anterior acá en Lima.

En esta ocasión, me he puesto las gafas de los derechos humanos, porque la labor que realizo desde el área de proyectos, debe llegar más allá y buscar un sentido al trabajo que hacemos cada día. Debemos encontrar el fin para el cual nuestras matrices de marco lógico se están llevando a cabo.

Pero, no todo el mundo sabe ponerse estas gafas de vez en cuando, y es lo que genera los grandes contrastes de esta gran ciudad.

Pocos conocen “la otra cara de Lima”, esa que casi ningún turista visita y que, incluso, muchos peruanos no quieren ver. Pero en Lima –tristemente– existe un muro, uno de tantos más en el mundo; que separa la pobreza de la riqueza.

Se encuentra entre Surco y San Juan de Miraflores. Y es coloquialmente llamado “El muro de la vergüenza”.

Poco podría contar de Surco, la verdad, un barrio medio, de clase trabajadora, pero que alberga una zona exclusiva, conocida como Las Casuarinas. Urbanización que, principalmente, está bordeada por el muro, “para protegernos” –dicen los habitantes de Las Casuarinas– “¿protegeros de qué?” –preguntamos los sanjuaninos.

Y es que, por suerte, puedo hablar con conocimiento de causa sobre San Juan, pues mi vida en Lima empezó ahí. Al otro lado del muro.

Este lado del muro, el de San Juan, alberga diferentes zonas, pero la que linda justo detrás del muro es conocida como La Nueva Rinconada, donde hay más de 150 asentamientos humanos que han ido poblando los cerros. Las estadísticas estiman más de 60 000 personas viviendo en este área.

Y, efectivamente, es un área que contrasta con otras zonas de Lima. Las casas son de calamina, triplay, madera, plástico o cualquier material que se pueda reciclar. No hay acceso a servicios como agua o desagüe y la luz, recién llegó hace un par de años, pero es intermitente. La vida al otro lado del muro, definitivamente, no es fácil.

El muro es un símbolo claro de la exclusión social que existe hacia las zonas vulnerables de Lima. Pone de manifiesto modos de pensar las diferencias y las desigualdades sociales, ilustra, en cierto modo, una lógica de poder. El muro es un mundo en sí mismo, un mundo fragmentado constituido por dos islas. Un muro que dificulta, cada vez más, la construcción de una ciudad solidaria e inclusiva.

Es por ello que surge la necesidad de mostrar esta realidad hacia fuera, pero también hacia los propios limeños; pues muchos no quieren ser conscientes de que esto ocurre en su ciudad.

Es aquí, al otro lado del muro, donde viví durante un año, pero, como decía al principio, acabo de regresar después de unos meses fuera. Así que aquí estoy de nuevo, sobreviviendo a Lima, aunque esta vez desde la otra punta de la ciudad.

Y hoy, después de pasar el necesario caos limeño para atravesar la ciudad, he regresado a “mi cerro”, para mostrarles esta realidad a mis compañeras, y me he acordado de por qué elegí Lima de nuevo. De por qué es la gente la que hace bonitas las experiencias. De por qué es necesario caminar en el cerro, hablar con la gente y escuchar sus historias. De por qué debemos visibilizar esta realidad. De por qué todo limeño, debería ser consciente de los privilegios que tiene “al otro lado del muro”. De por qué hay que volver – como decía Chavela – a los viejos sitios donde uno amó la vida.

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