Especial multimedia de “El Gran Angular”: Cultura de la corrupción

Escribe Antonio Zapata

LA LEY SE ACATA PERO NO SE CUMPLE

Desde la época de los españoles se hizo común dictar una norma y desacatarla a continuación. Toda la época colonial está llena de ejemplos de esa actitud que se resume en el refrán “la ley se acata pero no se cumple”. Un caso notable son las llamadas Leyes Nuevas que fueron dictadas por Carlos V en 1540 ordenando una rigurosa protección al indio que no se cumplió nunca y que constituye un monumento a la hipocresía legal.

LA VENTA DE LOS CARGOS PÚBLICOS

Siempre en este período se introdujo otro principio negativo: consistente en la venta de cargos públicos. Los cargos de corregidores se remataban en subastas, donde los candidatos ofrecían alzadas sumas adelantadas por los comerciantes. El cargo de corregidor significaba concentrar en una sola persona los poderes administrativo, judicial y policial para una determinada provincia. En tanto cargo formal del aparato virreinal, el corregidor ganaba un sueldo por escalafón, aunque normalmente se pagaba por asumir el cargo cuatro o cinco veces más del total de salarios que devengaría. Así, se asumía que el corregidor se resarciría de la pérdida exprimiendo a los indios de su repartimiento.

LA HERENCIA ÉTICA COLONIAL

Así, la era colonial nos dejó dos grandes males éticos que lamentablemente perduran hasta hoy. Estos son la transgresión de las normas y el aprovechamiento de los cargos públicos para fines privados. Estas costumbres son propias de las situaciones coloniales y se han presentado en diversos países, sucede que entre nosotros no hemos logrado sacudirnos de ellas, porque la república criolla se fundó en ellas.

LA VIEJA REPÚBLICA DE LOS PRIVILEGIOS

Nuestra República se fundamentó en la discriminación y el privilegio. No se generalizó la ciudadanía ni se igualó a la población frente a la ley. Esas discriminaciones y privilegios se tradujeron en la perpetuación de la corrupción.

ICLOS DE CORRUPCIÓN REPUBLICANOS. UNO. EL GUANO

Durante la era republicana se han presentado tres grandes casos de corrupción. Estos son el ciclo de guano, el período de Leguía y el gobierno de Fujimori. El guano era propiedad pública y produjo una renta fabulosa equivalente a 80 años de un presupuesto que se evaporó en diversas obras públicas, en primer lugar los ferrocarriles, que costaron una inmensidad y por los cuales se pagaron sobornos monumentales. Todo el proceso ha quedado registrado en las cuentas de Henry Meiggs, quien fue el empresario principal de los ferrocarriles.

CICLOS DE CORRUPCIÓN REPUBLICANOS. DOS. LEGUÍA

El gobierno de Leguía igualmente dispuso de cuantiosos fondos y emprendió un ambicioso programa de obras públicas que fue ocasión para el pago de cuantiosos sobornos al entorno presidencial empezando por algunos miembros de la familia del gobernante. En ese período se cimentó una costumbre altamente negativa que no proviene de la colonia sino que es creación puramente republicana. Esto es, el hábito de cobrar coimas por obra pública, habiéndose establecido incluso tasas que fluctuaban entre el 10 y el 20% de cada contrato. Asimismo, en época de Leguía cobró forma definitiva la vinculación de la familia del gobernante con la obra del Estado para cobrar comisiones ilegales por facilitar trámites y montar empresas de fachada que contraten con el gobierno.

CICLOS DE CORRUPCIÓN REPUBLICANOS. TRES. FUJIMORI

Durante los años noventa, el gobierno de Fujimori práctico una forma de corrupción más integral. Por primera vez, el aparato del Estado fue completamente sometido por una mafia cuyo propósito era maximizar ganancias ilegales para permanecer indefinidamente en el poder.  Durante este período se contó también con ingresos extraordinarios, en este caso provenientes fundamentalmente de la privatización de las empresas públicas. Ello confirma una regla de la corrupción peruana. Esta es, que en cada ocasión cuando se ha formado un sustantivo tesoro público, un ingreso sustancialmente superior al habitual, en el aparato del Estado se ha formado un grupo que emplea el poder y sus resortes para robar en provecho propio.

El gobierno de Fujimori sufrió una corrupción integral que rebalsó largamente la dimensión de la coima por obra pública que venía del pasado. Esa forma de soborno no desapareció, pero se vio empequeñecida por otras modalidades más sofisticadas. Entre ellas se cuenta el mismo proceso de privatización, donde en algunos casos se halla escandalosas subvaluaciones, como en Sol Gas, en otras operaciones de entrega total que permitieron al nuevo operador esquilmar a la empresa privatizada y encima quebrarla e irse como acreedores, como fue el caso de Aeroperú. A ello debe sumarse compromisos de inversión incumplidos que han paralizado a empresas históricas como es el caso de Sider o las tienen casi en ruinas como en Marcona. Las compras inútiles y objeto de grandes sobornos han estado encabezadas por las compras militares que llegaron a costar mil ochocientos millones de dólares. Pero, lamentablemente, no es el único caso porque otro plato grande fue empleado por Víctor Joy Way, quien cobró 22 millones de US$ como soborno por más de 350 millones de compras a la República Popular China.

LA CORRUPCIÓN COTIDIANA

Estos tres grandes ciclos de la corrupción en el Perú deben complementarse con otra forma de corrupción más cotidiana y de menor volumen pero de gran impacto por su extensión. Se trata del pequeño soborno cotidiano por trámites y autorizaciones que debe obtener la actividad privada de la población. Ella incluye también a la coima por vistas gordas ante la violación de las prohibiciones legales configurando un universo de pagos por transgresiones que constituyen parte del sentido cotidiano de la gente.

¿Qué nos ha dejado esta historia?  Pues una primera constatación es la degradación de la actividad política. Nadie cree en la honestidad de los políticos, por el contrario, decir político equivale en la mente de muchos a decir deshonesto, aprovechador.

EL PAPEL DE LOS PARTICULARES

Pero, en segundo lugar es preciso voltear la mirada sobre la actividad privada. En realidad, la corrupción aparece en la intersección entre la esfera pública y la actividad privada. El caso básico, el prototipo, de la corrupción es un empresario privado que soborna a un funcionario público que toma una decisión a favor del sobornador. Ese ejemplo sirve tanto para la corrupción minúscula como por ejemplo la coima al policía por una luz roja, como a situaciones de otra magnitud como la decisión de un juez o la resolución de una licitación etc.

Como queda claro, la corrupción muy pocas veces empieza en el funcionario público. Una notable excepción es el caso de Vladimiro Montesinos que soborna a empresarios para plegarlos al proyecto reelecionista de Fujimori. Pero, incluso en aquel caso y con mucha mayor claridad en los otros mencionados, el papel de los agentes privados es crucial. Ellos normalmente son los que pagan los sobornos para obtener beneficios particulares. Así, el privado que participa de un arreglo bajo la mesa participa de la misma cultura que permea la actividad pública. En cierto sentido el agente privado es el agente dinámico y para terminar la corrupción pública es preciso encararlos. El problema es que existe una extendida cultura nacional sobre el sentido de la obra gubernamental como acto de aprovechamiento por un grupo particular: familia, amigos o partido político. La concepción del Estado como proveedor de prebendas para quien ocupa los cargos es común a muchos peruanos que han crecido oyendo y viendo escándalos sin cesar.

LA TRADICIÓN ÉTICA EN EL PERÚ

Por otro lado, en la historia peruana no existe solamente corrupción. Por el contrario, siempre ha habido combatientes por el bien gobierno y la honestidad pública. En cualquier momento de la historia donde uno quiera situarse, se encuentra gente honrada actuando y pensando en política. Desde la lejana etapa colonial donde destaca el cronista indio Felipe Huamán Poma de Ayala, creador precisamente de la consigna del “buen gobierno”. En el siglo XIX tuvimos en Francisco García Calderón a un presidente que fue al cautiverio en una prisión chilena y no se doblegó ni cedió el territorio patrio. Al comenzar el siglo XX hemos tenido en Manuel González Prada a un patriarca de la moralidad y del combate épico contra la corrupción y falta de patriotismo.  Asimismo, somos la patria del padre Gustavo Gutiérrez, un pensador de talla universal del compromiso y de la solidaridad como virtudes cristianas que llevadas a su aplicación práctica crearon la Teología de la Liberación.

En suma, el Perú es un país donde coexisten dos tradiciones. Una corrupta que se ha hecho sentido común. Pero, también tenemos entre nosotros una segunda cultura, una segunda tradición. Esta segunda corriente es la nuestra y es preciso empezar asumiendo que tenemos historia, antecedentes, mujeres y hombres que han dado sus vidas por el compromiso ético con la política.

ALGUNAS ALTERNATIVAS

A partir de ahí es posible pensar en soluciones para enfrentar la corrupción. El primer lugar debe ser fortalecer los organismos de control y fiscalización. Se trata de un conjunto grande de instituciones públicas empezando por el mismo Congreso de la República y la Contraloría General de la República, CGR, la SUNAT, CONSUCODE y otros, que si funcionaran bien reducirían notablemente las posibilidades de corrupción pública. ¿Qué significa funcionar bien? En primer lugar, ser autónomos e independientes de quien ocupa el gobierno central. En realidad un buen gobernante debería tener la sabiduría suficiente para saber que le conviene una CGR autónoma y de primer nivel profesional porque le enviaría las señales que le permitan orientarse para corregir problemas a tiempo y conducir un gobierno impecable. En segundo lugar, estos organismos deben ser muy profesionales y responsables con un mandato constitucional explícito. La nación está depositando en instituciones precisas la responsabilidad de fiscalizar el manejo del erario público y de actuar coordinadamente para evitar su mala utilización.

Una segunda tarea crucial deriva de la reforma del Poder Judicial, que por su naturaleza resuelve todo litigio entre particulares. Nunca funcionará bien la economía ni tampoco la vida social si el Poder Judicial no erradica la corrupción interna. La estabilidad jurídica y la honestidad en la función jurisdiccional constituyen la esencia de una reforma verdadera y radical que termine con los vicios de este poder público. Un tema clave a cargo del Poder Judicial es la sanción a los responsables de la gran corrupción de los noventa. En ello se halla la conducción de los juicios contra Fujimori, Montesinos y su mafia.

Otro tema capital son los funcionarios públicos mismos. Ellos están sometidos a un régimen que propende a la corrupción, puesto que los cargos de dirección muy frecuentemente son ocupados por personal de confianza, que ingresa a los altos puestos en base a relaciones personales o políticas con quien conduce el sector. Así, los altos cargos del Estado son muy bien pagados, a diferencia de los demás puestos de funcionarios medios y de base, y sobretodo son altamente rotatorios. Los que toman decisiones en los ministerios se quedan poco tiempo y no aspiran a una carrera pública, sino que saben de su brevedad y con cierta facilidad esta condición los lleva a la corrupción. Así, el establecimiento de una carrera pública y de la noción del servicio al Estado y no al gobierno parecen indispensables para encarar la elevada corrupción nacional.

LA CULTURA NACIONAL Y LA CORRUPCIÓN

En esta dimensión encontramos que se trata de un tema del Estado, de sus instituciones y funcionarios. Pero, por detrás de estas indispensables reformas, entre otras, se halla el tema de la cultura peruana sobre la corrupción. Se ha hecho costumbre engañar y ser premiado con la benevolencia ajena a condición de no ser descubierto. Así, el prototipo cultural en marcha es Pepe el vivo, que aprovecha toda situación para sí, sin hacer el menor esfuerzo, timando a los incautos, burlando la ley y viviendo de la mentira. Ese prototipo cultural siempre ha estado con nosotros y en los últimos tiempos se está haciendo creciente. Después de Fujimori no se ha mitigado sino que continúa alimentado por los escándalos de corrupción.

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